martes, 30 de noviembre de 2010

Adiós

Lo decidí, voy a dejarte acá, a un costado de la ruta, no me molestes más.
Ultimamente estuviste surcando mi mente durante días y hasta te diste el lujo de fastidiarme por las noches, ya no lo soporto.
Por eso prefiero estar cenando sopa de avena a pedirte de nuevo que me hagas compañía y me digas que no.
La otra noche fue interminable, un laberinto que no acababa de recorrer, buscándote de a ratos y vos jugando entre las sombras, con ellas.
Cuando amaneció y me acosté rendida del cansancio nada había terminado, yo seguía buscándote en la oscuridad, era una agonía eterna hasta que decidiera hacer algo, hasta que me dignara a despertar a pesar del agotamiento.
A las diez de la mañana me levanté sin la ayuda de despertadores. Había dormido solamente cuatro horas después de un día intenso, pero la noche había sido doble, una real, otra en el sueño. Doblemente amarga, doblemente solitaria.
Ya no estás, pasó tanto tiempo que tengo que despedirte y me pregunto porque hago duelos por desconocidos.
¿Acaso alguna vez te extrañé o solo extrañaba el hecho de sentirme acompañada?
Ya no quiero pensar si fue de verdad lo que pasó, si fue coincidencia, si fue forzado, o actuado o qué. Ya no suena más la música.
Acá estoy yo, mi sopa y mi vaso de agua, un poco de Amoxicilina y Fluribuprofeno para mi muela, nada para el corazón que languidece dentro de mi pecho.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Un año de 700 días

Capítulo 1

Noviembre

Ella dijo - este parece un año de 700 días- y ése me pareció la metáfora perfecta para designar un período lleno de experiencias que cambiaron mi vida para siempre.

Mamá le daba un sorbo a su café con leche, ella nunca lo tomaba solo y esa era una clara diferencia con mi padre que siempre pedía café negro. ¿Será porque ella era una persona más blanda, más amable o simplemente muy diferente a él?. No lo sé, solo sé que era el mes de noviembre, yo había caído por las escaleras y ella estaba allí. Él en cambio estaba presente solo a través del teléfono y esporádicamente. Su esfuerzo paternal más parecido al amor fue acercarme una bolsa con comestibles y preguntarme que haría para navidad. Siempre para estas fechas se ponía nostálgico y tendía a escaparse conmigo imaginariamente, es decir, con su pasado, tal vez para enmendar las heridas que le había hecho a mi corazón durante tantos años de ausencia.


Con mamá las cosas habían muy sido diferentes, nos habíamos odiado en la adolescencia, habíamos competido en cierta forma por ver quién era la más inmadura y ella había sacado el primer premio. Luego, después de dos años de terapia el remanso por fin llegó. Fue en octubre del año pasado cuando le ofrecí viajar a Los Angeles y empezar de nuevo. No sé de dónde habré sacado la loca idea, pero funcionó. Cuando regresamos de aquel segundo alumbramiento todo cambió y se puede decir que he realizado todo un esfuerzo por hacer que la relación funcione. Supuse que sería esa la receta, no sólo con las parejas, sino que entre padres e hijos las faltas podrían enmendarse con voluntad de las dos partes, simple lógica, matemática sentimental.


Las lesiones no habían sido graves, el impacto de la caída solo afectó los músculos y yo me había tomado los días en el trabajo, lo que me daba tiempo para pensar. Ya estaba terminando las últimas asignaturas de la carrera de periodismo y comenzaría una nueva etapa el año siguiente, necesitaba un lapsus para deternerme y realizar un balance.


En un breve resumen, este año había pasado por el desenfreno, la angustia, la depresión, la desdicha como nunca antes y por la completa satisfacción y el bienestar más pleno. Según la doctora que regula mis emociones, un ser humano con estas características solo puede ser catalogado dentro del marco de la Bipolaridad. Esa palabra me causó al principio algo de miedo, también era algo desconocido y en cierta forma un término que estaba en boga por estos días. La misma Presidenta de la Nación había sido catalogada por varios artículos periodísticos como bipolar, yo nunca comprendí si era una simple estrategia de la oposición para hacerla ver como una persona desequilibrada emocionalmente o de verdad tenía la enfermedad. Que es un mal no voy a negarlo, pero me cuesta denominarlo enfermedad, nadie quiere estar enfermo. Al principio me dediqué a leer sobre el tema, busqué videos, libros, testimonios, quería salir de ese estado espantoso y decrépito que me había hecho perder siete kilos en menos de un mes y no sabía cómo. Entonces, cuando no supe más qué hacer o cómo rearmar el rompecabezas dentro de mi mente, busqué ayuda.


Los doctores me habían intoxicado lo suficiente con los antidepresivos equivocados y solo dijeron que fue un error. Lo único que quería era una vida normal.