sábado, 5 de febrero de 2011

Carácter contrariado

Estoy así, de un humor particular y cuando eso me pasa creo que podrian irse todos un poquitito al diablo. Me pone contenta estar en casa de nuevo, entre mis cosas y no quiero hacer abandono de morada, me gusta el encierro mientras tenga un ventilador y libros, muchos libros. Pero estoy tan jodidamente mal que hasta vería televisión como una autista, observando simplemente el corto horizonte de puntos centelleantes parpadeando en los culos de las vedettes, porque es sábado y dudo que den otra cosa.

Acabo de volver y debería estar feliz, pero en cambio, estoy enojada con el mundo real, con mi vieja que se zarpa, con la vida que me impone desafíos que me dan ganas de decir basta!, necesito respirar hondo.

Quiero acostarme a vegetar, ya comí, un huevo y no pienso levantarme para hervir otro, no queda mucho más en el fridge. Estoy hinchada las pelotas de esperar, y a mí no me gusta esperar a nadie, ni siquiera a mi madre a quien tambíén en días como este me gustaría mandar un poquitito al demonio.

Siesta, silencio que dura una hora y media y el ring del teléfono que me trae de nuevo a la realidad: -Hola...ah, hola ma. Sí, voy para allá-

Citi-shit

El sistema me corroe, me corrompe, me intimida. Acabo de pagar tres tarjetas de crédito y me quedan céntimos para vivir. Ideas entre suicidas, tragicómicas surcan mi mente, pero solo en el plano de chiste nefasto. Citibank quiere llevarse mi alma y hay que detenerlo.

Avisos de ultimátum y notificaciones de vencimiento me llenan el buzón de papeles inútiles y la cabeza de preocupaciones que sencillamente no tienen gollete.

El trabajador de clase media no puede tomarse vacaciones, o sí, pero debería nunca regresar. Volver implica retomar la rutina, girar los pesados engranajes hasta terminar de cancelar las deudas, enviar a los chicos de nuevo a la escuela y comprar, comprar para que no les falte nada.

Las necesidades aumentan, la canasta básica también, pero los salarios permanecen congelados, fríos, helados.

Gracias a Dios que me quedan algunos libros por leer para transportarme a otro planeta, donde no existen las boletas de teléfono, luz y gas.

Muchas veces parece que el Sr. Banquero me estuviese tomando el pelo cuando me envía cartas en las que me comunica que tengo un fabuloso préstamo pre-aprobado por el Citi-shit, una verdadera compuerta a la desgracia del endeudamiento eterno. Las puertas del infierno financiero del pobre obrero o del infeliz oficinista. Claro, es que el gordo Banquero vive de los intereses, le chupa la sangre a gente como yo. Pero yo no soy una víctima sencilla, le voy a pagar en cómodas cuotas e intentaré meterme los plásticos por el culo antes de volver a usarlos y aumentar la sed del vampiro.