Ellos son transportadores hacia otras galaxias, otros tiempos, otras identidades. Cada uno representa todo un mundo en sí mismo.
La adrenalina de tener un nuevo ejemplar entre las manos, me colma el pecho de esperanza, ellos siempre son deseados con antelación muchas veces por influencia de la crítica, otras porque un determinado autor logra conmoverme con su lenguaje, o tal vez porque en la infancia me topé con algún relato que evoca aquellos días en los que el mundo olía nuevo y todo era recién estrenado. Entonces mamá tenía tiempo de llevarme a la Biblioteca Popular de La Boca y allí sentada en la fuente del patio enrejado leía los ejemplares amarillos de la colleción Robin Hood.
Lo cierto también es que tengo dos extensas listas, la de los clásicos que nunca se termina y los recomendados por un ex profesor poeta que siempre al final de la clase solía leernos un fragmento cuidadosamente elegido para la ocasión. A los que ya amábamos la literatura nos abría aún más el apetito y a los demás al menos les despertaba la curiosidad de poner al menos la punta del pie en alguno de los universos fantásticos que nos recetaba el Sr. Gruss. Muchos conocieron en su cátedra la melancolía de Pessoa y la angustia de Primo Levi y su amor por la vida.
Cuando se trata de leer no importa si es de primera mano, de una librería suntuosa o uno usado de feria o de la batea de las ofertas. ¿O acaso si quisiéramos viajar en el tiempo tendría importancia que la máquina esté derruída u oxidada?, nos subiríamos igual. Lo importante es que ellos siempre tienen algo nuevo y fresco que contar, más allá de su edad, porque en su interior podemos observar el paradigma cíclico de la historia. Así es como Marx no pierde vigencia en sus denuncias (seamos francos, la vida misma no ha cambiado tanto desde la revolución industrial), seguimos trabajando en condiciones cada vez más hostiles para reproducir un modo de vida que cada vez se nos hace más inalcanzable. Todo está más o menos como lo describieron ya en el siglo XIX y está plasmado allí en la literatura.
Así que los libros vendrían a ser como hijos y como abuelos a la vez, cuando los compramos es como si nacieran, luego van creciendo a medida que avanzamos en el relato, nos van mostrando su sabiduría, nos cuentan sus historias hasta que al final, una noche los levantamos de la mesita de luz y mueren al llegar a la última página.