domingo, 22 de julio de 2012

Noirmoutier




Llegamos a Noirmoutier poco antes del mediodía. Lo único que sabía del lugar era que se podían comprar mariscos deliciosos y que vendían una manteca elaborada con sal marina, gruesa que nunca faltaba en la mesa de las familias francesas. Yo era una visitante extraña, una mujer sudamericana, huraña que solo deseaba descansar, ya había tenido suficiente de charlas interminablemente aburridas por complacer a Jules y necesitaba unos días de silencio y de mar.

La casa me sorprendió, era una pequeña  finca construida en los años 50´s por Jacques, el abuelo de Jules. El chalet estaba bien provisto de todo lo necesario para pasar bien las vacaciones. En un mueble del comedor encontré oporto del mejor, cognac, jerez, vinos añejos y juegos de mesa como el Scrabble, el Monopoly, cartas y dados, sólo faltaba un tablero de ajedrez para convertirse en la despensa perfecta. Abrimos los ventanales, desempolvamos los muebles y fui a mi habitación a cambiarme de ropa. De repente sentí un alarido de mujer, nada alarmante, tenía una tonada jocosa, brasileña pero hablaba el francés a la perfección por lo que pude escuchar detrás de la puerta. No tenía ganas de ver a nadie, pero esconderme hubiese sido inútil y ridículo, así que salí. Vi a dos hombres y una mujer hablando animosamente con Jules parados en el jardín.

-Cariño, ella es Hulda, es del norte de Brasil. Su novio Remy y Steven, amigos míos.-
-Encantada. Sepan disculparme pero voy a terminar de arreglarme para ir a conocer la playa.-
-Por supuesto querida, no te preocupes, vamos todos juntos, hay más gente que quiero que conozcas allí. Te esperamos.-
¡Demonios!, pensé, el destino se empecinaba en hacerme ejercer una desagradable comedia donde los diálogos me resultaban tan estúpidamente forzados como en una película de Buñuel. ¿Cuándo llegaría la ansiada paz que necesitaba para escribir?



Salimos de la casa, caminamos solo unos cuantos metros hasta la playa mientras los amigos de Jules me preguntaban de dónde venía, cuánto tiempo estaría en Francia, si ya había probado el foi gras y el Pineau de Charantes y el resto de las cosas absurdas que suelen preguntar los franceses cuando recién te conocen. Venía escuchando el mismo discurso desde hacía dos semanas, aquellos tipos no tenían la culpa de mi fastidio así que les respondí brevemente pero con una mueca que simulaba una sonrisa. En la playa había como mínimo quince personas más, todos franceses amigos de Julien con sus esposas, entre ellos Demian, el tipo más atractivo que hubiese visto jamás. Tenía el pelo oscuro, por los hombros y se lo recogía en una cola de caballo; sus ojos eran azules como el mismísimo mar y su rostro era tan parecido al de Jared Letto que daba la impresón de estar frente al actor de Hollywood. Por desgracia a su lado estaba su mujer, Melanie, una bella francesa cuyas tetas me imaginaba enfundadas en un vestido de corte imperio como en el siglo XVIII, siempre que la veía me la imaginaba recogiendo flores en la campiña y dándole besos violentos, arrancándole la ropa y siendo sorprendidas por Demian. Melanie era una mujer de unos veinticinco, tan hermosa que no me daba envidia ni celos, solo deseaba compartir a su esposo en cualquier rincón y me hubiese bastado un revolcón con esa dulce pareja para sobrellevar toda la hipocresía que predominaba en Francia. Como de costumbre y como Damien era el tipo más encantador que hubiese conocido allí, era la única persona con la que podía conversar. Él se esforzaba por pronunciar frases en español y me preguntaba sobre la vida en Buenos Aires la diferencia con él era que sus preguntas partían de un verdadero apetito por conocerme. De pronto vi a Julien con la mano de Hulda acariciando una de sus piernas, yendo hacia sus testículos en plena playa. A mí me importaba un rábano lo que hiciera, éramos amantes y aunque él me dijera que se tomaba en serio lo nuestro sabía que aquello se terminaría ni bien embarcáramos en Charles de Gaulle. La brasileña lo toqueteaba frente a su novio, le sonreía y le decía lo mucho que se alegraba de verlo. Me contenté al pensar que la promiscuidad europea no estaba solo cristalizada en el cine, era real. Me disculpé un instante y me alejé hacia unas rocas, me senté en la arena a contemplar a unos niños jugando a armar castillos y a un perro enorme que corría por el borde de la playa. Me quedé allí, sintiéndome aliviada lejos de la multitud y de las molestas risotadas de Hulda, disfrutando de la soledad. El tiempo parecía detenido y el cielo era de un amarillo vainilla que se cernía sobre mí como un lienzo pintado por impresionistas. Bebí unos tragos de una petaca de whisky que traía en el impermeable y me tendí en el suelo a mirar las nubes. No sé cuánto tiempo pasó pero me quedé dormida, me despertó Jules ofreciéndome un mate lavado, espantoso que escupí con desprecio. Creo que estaba haciendo catarsis por el desagrado de los momentos a los que me había sometido, pobre Jules con su mirada de sorpresa y el escupitajo en sus zapatos.

-Volvámos, se está haciendo tarde y aún no almorzamos. Creo que podemos dormir una siesta antes de que llegue mi tío Jean Michel.-
- De acuerdo, en realidad no tengo hambre pero me tomaría una de esas cervezas belgas que trajimos de Nantes.-
- Ah, olvidaba decirte que esta noche tenemos un compromiso, hacen una fiesta en la casa de Hulda, va a haber hachís y mucho para tomar, creo que podríamos pasarlo bien, yo puedo llevar la guitarra y tocar un poco de mi repertorio.-
- Ok, dejámelo pensar, ¿si?-
Su propuesta sonaba divertida porque sabía que allí podría ver a Damien, fumar el mejor hachís y beber el mejor whisky, si tenía suerte mi fantasía del menaje a trois podría realizarse, pero eso significaba  que debía soportar el espantoso repertorio de Jules.  Él se consideraba músico, lo cual me hacía mucha gracia, siempre se equivocaba en los acordes y pretendía cantar tango con voz afeminaba, por lo que siempre lo reprendía. Eso me enfermaba.

Me tumbé en el sofá a mirar un libro sobre el mundial de fútbol Argentina FIFA 1978, se veía interesante, las fotos eran impecables y me pareció una rareza encontrarlo justo en ese lugar. Me serví un poco de oporto y Jules cocinó una ensalada con jamón crudo, lechuga morada y papas fritas cubeteadas. Lo mejor fueron las cervezas Grinbergen, no podría olvidarla, lo mejor que había probado en años junto al pan con manteca y granos de sal marina.

Fuimos a dormir una siesta, Jules quiso hacerme el amor pero había bebido bastante y con el sopor que teníamos a causa del viaje, el alcohol y el mal clima se quedó profundamente dormido casi al instante. Me desperté a las siete y media, tomé el libro de Proust que había colocado estratégicamente en la mesa de luz y leí hasta que Jules despertó. Volvió a insistir con lo del sexo, pero lo aparté y me fui a tomar una ducha. Parecía imposible despertar, el aire de mar era agotador, me dolía cada vez más la espalda, solo quería volver a dormirme. Jules se levantó y fue hasta la cocina o a preparar no sé qué cosas mientras yo volvía a meterme en la cama.

Cuando me di cuenta ya eran las doce menos cuarto. Salí al jardín para fumar un cigarro armado con tabaco alemán, mitad rubio, mitad negro, saboreaba el humo mientras sentía el frío en el costado rapado de mi cabeza. Espiaba a Julien en el interior de la casa, por los ventanales, tocaba su guitarra, se sentía grande. Cuando entré en la sala insistió en tocar para mí después de cenar, desafortunadamente no pude negarme. Así que tomamos una sopa de huitres con pan, manteca salada y vino, seguimos con el oporto y justo cuando Julien se disponía a tocar los primeros acordes sentimos las luces de un auto que estacionaba en el frente de la casa, era Jean Michel.

La familia de Julien me había hablado mucho de aquél tipo, se decía que era un adolescente de cincuenta y tantos años, que estaba casado pero que tenía amantes discretas con las que iba a la casa de Noirmoutier. Aquella noche la damisela de turno era Aurélie, una bella abogada belga de unos cuarenta años, pero de una apariencia tan frágil que le daba a la piel de su rostro un aire de anciana prematura. Cuando los vi entrar quedé fascinada con Jean Michel, era un tipo de un metro setenta, con cabello gris y unos lentes de marco redondo. Lo que más me llamó la atención fueron sus zapatillas azules de lona, ¡decían tanto de él! Aurélie, entró encorvada, tomándose de la cintura con gestos de dolor, él la ayudaba a caminar. Julien me había contado que hacía unos años ella había sufrido un accidente y que debió someterse a varias cirujías  en la columna. A pesar de aquel dolor que la hacía parecer una mujer veinte años mayor, Aurélie era esbelta y elegante, tenía unas botas color tabaco y el pelo platinado, recogido en un moño que le daban un aspecto de diva me recordaba a Kim Novak en Vértigo.

Tomamos asiento en la sala de estar, junto a la chimenea, bebimos un poco de whisky mientras Julien tocaba algunos temas de Jobim, hasta que comenzó a rasguear un tango y en la primera estrofa con su registro afeminado se equivocó la letra. En seguida canté sobre la melodía creando una especie de canon, de pregunta-respuesta en la que mi voz sonaba más masculina que la de él. Intentaba enseñarle el sentimiento de arrabal pero era una tarea imposible. Su delicadeza era tal que daban náuseas escucharlo arruinar un tema de Discepolín.

-Bueno, se está haciendo tarde, creo que tendríamos que ir a la fiesta de Hulda, ¿vamos?-
-La verdad querido, me siento algo fatigada, no sé si será por el viaje o por el aire de mar, pero no puedo dejar de dormir. Andá tranquilo, no voy a aburrirme, tengo suficientes libros, licor y algo de hachís en mi bolso.-
-Está bien, voy a ir a ver a mis amigos y más tarde regreso.-
-Bien, disfrutálo. Ahora, si me disculpan me retiro a descansar.-
- Adiós querida, hasta mañana.-
-Hasta mañana.-

Salí al patio a fumar y vi la silueta de Julien alejarse en la bruma, hacia la playa.
Me quedé leyendo en la cama, bebiendo y fumando hierba un buen rato. Comencé a quedarme dormida y en un momento comencé a  escuchar los gemidos de Jean Michel y Aurélie. Los oía mientras volaba en una nube de sopor, ida, ya casi en otro planeta. Alguien tocó a la puerta. Pensé que sería Julien, pero era raro que volviese tan temprano de la fiesta, además tenía las esperanzas de que se quedara allí durante toda la noche y me dejara dormir tranquila. Mi habitación estaba fuera de la casa y tenía un baño propio, al lado estaba la de Aurélie que sí estaba conectada el resto de la casa, el comedor, la cocina, el baño principal y la planta alta. Yo estaba tan alterada por el hachís y el alcohol que fui hacia la puerta, caminando en la oscuridad. Sentí un beso de fuego, unas manos, el perfume de la piel de un hombre, tomé su cabeza con mis manos y mis dedos se enrollaron en su pelo largo, ¡Damien! No dijimos nada, me tumbó sobre la cama y comenzó a succionar mi sexo, bebió de mí, me penetró, me dio la vuelta, lo hicimos acostados, de pie, de rodillas hasta ya no poder más.

La luz del sol me despertó a las nueve, Julien dormía como un tronco, tenía un olor muy desagradable, probablemente el olor de Hulda o de Remy, o de los dos. Salí al patio a fumar y me encontré con Jean Michel y Aurélie tomando café, me ofrecieron uno. Me resultaban tan  agradables que me quedé conversando con ellos. Se podía hablar de lo que sea, no tenían prejuicios. El problema de los franceses era su juventud, los encontraba fascistas, engreídos, soberbios, machistas, la gente mayor como Jean Michel era diferente, pertenecían a otra generación, veían el mundo de otra manera. Así me sentí también con Aurélie, aunque ella me resultaba odiosa por momentos en los que se ponía demandante porque necesitaba que le alcanzáramos prácticamente todo y se quejaba de muchas cosas, pero me enternecía porque pensaba en su dolor y en su rol de amante, escondida en la habitación de huéspedes.

El sol comenzaba a quemar, parecía primavera, el frío no se sentía.  Julien se despertó y me pidió que lo acompañase a hacer compras para el almuerzo. Fuimos hasta el puerto a comprar mariscos para hacer una sopa y un par de platillos más de los que no recuerdo el nombre. El auto zigzagueaba por calles antiguas y angostas de doble mano, nos topamos con la iglesia y el diminuto cementerio del pueblo, los comercios eran pequeños. Una mujer salía de la panadería con tacos aguja, enfundada en un talleur a pesar de que era domingo y de que había comenzado a caer una lluvia fina pero persistente. Me di cuenta de que las francesas no conocen impedimento alguno para ostentar sus credenciales de belleza, en el país donde la apariencia lo es todo.

Los hombres prepararon el almuerzo mientras en el comedor Aurélie y yo conversábamos sobre la vida, se reía de cualquier cosa, pero no me parecía idiota, me parecía una mujer que necesitaba ser feliz y que tomaba las ocasiones que se le presentaban para lograrlo, estar con Jean Michel era una de ellas. La esposa de él siempre estaba ausente, viviendo sus aventuras en algún rincón de Guyana y Jean-mi necesitaba una mujer. El almuerzo fue una delicia: sopa de ostras con cebollines, pan, manteca salada y vino blanco. Cada bebida tenía su historia y Jean Michel nos la contaba con suma paciencia. Me hubiese gustado acostarme con el viejo de tener la ocasión, creo que me hubiese sentido bien, era un tipo encantador, me recordaba un amante con el que había estado poco antes en Vermont, tenía su edad y hasta ese momento había sido la experiencia sexual más gratificante que había tenido, el Dom Perignón de los polvos.

Después de la comida, el café y la sobremesa me retiré a mi cuarto. Julien se había ido a lo de Remy a estudiar guitarra. Afuera seguía cayendo la lluvia, el clima de mar era extenuante, me resultaba prácticamente imposible permanecer despierta durante el día, necesitaba dormir y reposar mis músculos, me sentía agotada.

Cuando desperté volví a tomar el libro de Proust, pero me aburrí pronto. Tomé mi impermeable, me calcé las botas y me fui a caminar por la playa. Mientras andaba por la orilla escuchando a Dexter Gordon en mi reproductor, sentí una mano en mi espalda, me di la vuelta y vi a Damien sonriéndome. Me besó fuerte en los labios y comenzamos a andar por ahí, estábamos solos, a lo lejos sólo se veían los pescadores en sus botes pescando bajo la llovizna. Charlamos un poco, le pregunté por Melanie, me dijo que se había quedado con su hijo, el pequeño Greg y que él necesitaba salir, para despejarse, que le gustaba caminar por la playa en días lluviosos. Coincidíamos en el hartazgo hacia las charlas sin sentido que se mantenían en el círculo de amistades de Julien y por él pude enterarme de algunas cosas que explicaban los manierismos de mi querido amante. Durante la fiesta, la noche anterior, Julien se había acostado con Remy y le encantaba practicar sexo oral a un tal Gerome desde la adolescencia. Damien lo sabía porque habían hecho el bachillerato juntos. Yo era una coartada perfecta para disimular las preferencias sexuales de Julien, el pobre sentía pavor a salir del closet. Por su parte Melanie con su rostro angelical gustaba de pasar las noches con Hulda y Remy. Él único que se quedaba fuera de las fiestas era Damien, a veces encontraba consuelo en la mujer que había visto salir de la panadería, la misma del talleur y los tacos aguja, era la única puta del pueblo, una puta cara que trabajaba en París y vacacionaba en Noirmoutier. Sentí compasión por él y lo llevé hacia un molino que había detrás de la playa, bajé su pantalón y comencé a succionar su miembro, él gemía y decía una serie de cosas en francés que no llegaba a comprender. No lo hicimos porque ya se hacía tarde y en Francia son muy respetuosos de dos cosas: los horarios y las apariencias, se defecan en la honestidad y en el respeto pero todos deben parecen perfectos, llegar puntuales, tener una mujer, un hijo, un trabajo respetable, una casa de vacaciones y un auto.  

Cuando llegué a la casa, los hombres ya estaban cocinando. Me llamó la atención que las puertas y ventanas estuviesen abiertas de par en par a pesar del frío, hasta que observé un humo negro que salía de la chimenea. Aurélie descansaba en el sofá de la sala, cuando le pregunté qué sucedía soltó una carcajada.

- Es que Jean Michel intentó encender el fuego y como no sabe hacerlo pudo demasiado kerosene , ya lo ves, es como un enfant.-
- ¡Hombres!- dije, y ella me entendió soltándome una mirada cómplice.

Bebimos  cerveza belga en su honor y conversamos de lo que habíamos hecho en el día. Les comenté acerca de mi extrema fatiga y me contaron que era normal, todos se sentían así en Noirmoutier y era justamente eso lo que les gustaba del lugar, era un sitio de reposo. Por eso Jean-mi le había ofrecido a Aurélie pasar unos días allí, supuestamente el aire de mar le haría bien a sus dolores de espalda y la alejarían del stress de su trabajo como jueza en Bruselas. Bebimos Pineau de Charantes, escuchamos la historia del destilado de cognac que nos contó él y jugamos Scrabble hasta las tres. Ya estábamos lo suficientemente borrachos como para ir a dormir, así que me despedí de todos amablemente y volví a mi habitación, Julien me siguió. Nos metimos en la cama, él me abrazó, bajó su mano por mi entrepierna y lo detuve, sentí náuseas. 



-Lo siento, no puedo hacerlo, hay algo de lo que debemos hablar.-
- ¿Qué cosa?-
- Presiento que las mujeres no son lo tuyo, creo que deberías…ya sabés, serme un poco más sincero.-
- No entiendo.-
-Vamos Julien, sabés perfectamente de lo que te estoy hablando, mi líbido está por el suelo y es porque a mí me gustan los hombres. Sé que anoche estuviste con Remy y con Gerome en la fiesta.-
- Sí, estuvimos bebiendo y tocando la guitarra.-
-¿Lo ves?, es inútil, lo hablamos en otro momento, pero por favor, no insistas en volver a tocarme, creo que estamos en universos diferentes.-
- Mi amor, te estás equivocando.-
- ¡Al diablo!, no me llames así, yo no soy el amor de nadie, esto me parece completamente absurdo. Hasta mañana.-

     Julien se quedó dormido a los cinco minutos, toda aquella escena no le incomodaba en lo más mínimo, estaba tan acostumbrado a fingir que hacía cualquier cosa para seguir sosteniendo la comedia de una relación incipiente delante de los demás. Me senté en la cama y volví a retomar el libro de Proust. Al lado volví a escuchar los gemidos de Aurélie y Jean Michel y me alegré por ellos. Me imaginé que a unas cuadras de distancia Damien dormiría solo o tal vez le contara un cuento al pequeño Greg. Hulda estaría con Melanie, así como Remy estaría con Gerome. Todos tenían con quien hacer el amor, menos yo. 



     Salí al jardín a fumar un cigarro y me escapé hacia la playa, en la oscuridad pude ver una silueta, Damien parecía esperarme, estaba sentado en un banco de madera, envuelto en una manta sintética y bebiendo un vino dulce. Parecía feliz de verme, nos quedamos conversando, besándonos de a ratos, compartiendo una noche estrellada y el viento del mar que nos pegaba en el rostro. Hacía frío, pero ambos necesitábamos de compañía. Al día siguiente debía regresar a París y después a Buenos Aires, él prometió venir a verme y dedicarme tiempo aunque viajase con su familia. Nos despedimos como dos adolescentes en celo, nos frotábamos, nos besábamos, nos tocábamos. Esa fue la última vez que lo vi.

    La mañana siguiente los cuatros habitantes del chalet de playa nos reunimos a desayunar antes de la despedida. Tomamos un par de fotografías en el jardín, el sol brillaba sobre el cabello de Aurélie, ella sonreía, Jean Michel la miraba cautivado por su belleza. Eran la pareja más libre y más afortunada de Noirmoutier.