domingo, 7 de octubre de 2012

Visión Nocturna


Aquél habría significado un harén para Don Giovanni. Había mujeres de todos los tamaños y formas, de piernas largas, cortas, con más o menos curvas, grandes culos, grandes tetas, planas, angelicales, diabólicas; si a alguien se le hubiese ocurrido poner un puterío allí se habría convertido en el tipo más rico de la ciudad. Algunas muchachas llevaban pantalones que les marcaban el talle y los muslos, otras vestían faldas que si bien eran largas contenían sus cuerpos a presión, sobre todo a la altura de las caderas ya que las chaquetillas grises de los trajes apenas les legaban a la cintura, marcándoles forma de mujer como en las vestimentas de los 40´s, cuando los tailleurs estaban de moda. Pensé que tal vez cuando les dieron los uniformes eran más delgadas y habrían subido algunos kilos por el trabajo sedentario, de cualquier  manera esos kilos valían la pena, las transformaban en caricaturas vivientes de Divito.

Era raro ver allí alguna fea, o alguna gorda y las que lo eran, eran realmente espantosas, en el aeropuerto no existen los grices. La mayoría tenía “algo” que las distinguía y un color en las mejillas que las hacía lucir saludables como manzanas en primavera. La mayoría eran jovencitas de veintipocos, las había de pelo rojizo, rubio, moreno, con cejas gruesas o delineadas, con maquillaje recargado o natural. No necesitaban ser demasiado inteligentes para aquel trabajo, lo único necesario era estar en forma o poseer algún atributo especial.

En la sala de descanso pude conocer a Betty una hermosa rubia con el pelo por la cintura, no era natural pero era despampanante, tenía un bronceado envidiable y unas curvas para el infarto; también estaba Mary la que se parecía a Mila Kunis, tenía el pelo larguísimo pero castaño que terminaba en un gracioso riso rubio, era delgada pero bien formada y tenía facciones muy delicadas; por último estaba Luly, era la más fornida de todas, tenía unos senos enormes y un trasero legendario, su voluptuosidad era acentuada por su pequeña cintura, parecía una avispa.

Los pocos hombres que había eran homosexuales o tipejos desagradables. Recuerdo particularmente a uno con el rostro lleno de asquerosos forúnculos y rasguñones en la sien, parecía que su mujer lo hubiese apaleado la noche anterior, otros dos habían abusado tanto de la cama solar que parecían pollos rostizados. Algunos de estos personajes comenzaron a acosarme en sus ratos libres y lamentablemente los había muchos. Eran doce horas de trabajo nocturno en las que una panda de inadaptados intentaba seducirme. La pregunta era ¿porqué?

Si bien aún conservo mis piernas en buena forma, cuando se trata de trabajo las mantengo bien escondidas, no es lo mismo salir a beber a un bar un sábado a la noche que ir a trabajar con tipos que uno tiene que ver si no todos los días, día por medio. Me he mostrado una mujer de bajo perfil poniéndome maquillaje sobrio y hasta me llamaban la atención por usar demasiado poco (¿?) algo a mi juicio inentendibe. Además, los veinte ya se me han escurrido de las manos, hay carne más fresca y disponible por otros lados. Sin embargo, los hombres seguían persiguiéndome noche tras noche, mañana tras mañana. ¿Porqué, con tantas mujeres bellas a su alrededor me buscaban a mí?, no lo entendía, si todavía no había mostrado más que mis pantorrillas que asomaban por el trench coat y ni siquiera el cuello porque lo tapaba el pañuelo que por reglamento debíamos usar con el uniforme. No todas las chicas tenían mal carácter, las había fáciles y difíciles por igual, pero ellos siempre me buscaban a mí, simplona, sosa, aburrida. Por lo general siempre estaba leyendo alguna cosa o intentando comprender partituras de Beethoven, pasatiempos que no me convertían para nada en una mujer más sexy.

Fue a la segunda semana de usar las computadoras en los mostradores que decidí volver a usar mis lentes de descanso, tuve que hacerme unos nuevos porque los que tenía fueron destrozados por un gato que los terminó arrojando a una alcantarilla. Cuando me entregaron el nuevo par (una réplica exacta a los que usaba Anna Karina) los metí en seguida en el bolso decidida a estrenarlos aquella misma noche en el trabajo.

Al principio pensé estar viendo alucinaciones, o bien que el médico me hubiese recetado la graduación incorrecta. Si bien no veía borroso, ni más grande, ni más pequeño veía a las personas de forma diferente.  La primera sorpresa que me llevé fue cuando toqué el hombro de Mary para pedirle unas planillas, ni bien se dio vuelta me dí cuenta de que su rostro estaba lleno de arrugas y lunares enormes que jamás había visto, se le acentuaban las comisuras de la boca y algunas líneas en la frente como a una mujer mayor. Mary no debía tener más de veinticinco. Bueno, pensé, puede que no la haya visto con atención y por eso me haya pasado esto, siempre la había mirado de lejos y el astigmatismo no me había ayudado mucho.

La segunda visión sucedió durante el descanso, Betty entró a la sala mientras yo leía en uno de los sillones, ¡¿ésa era Betty?!, ¡por Dios, cuánto había cambiado! La Betty que yo conocía era una preciosidad, ésta era una chica con el rostro quemado por la lámpara solar y con el pelo arruinado por el peróxido. Estaba empezando a hilvanar una teoría que explicaba el porqué de los acosos.

Sólo me quedaba verificar si la tercera, la “bella Valkiria” seguía siendo como la recordaba. Busqué a Luly durante la próxima guardia, sabía que la vería esa noche, allí estaba, devorando papas fritas impiadosamente, abultando su figura a pasos agigantados y diciendo –todavía tengo hambre, ¿alguien tiene algo más para comer?-. Luly no era una nena de figura esquelética era una mujer con formas, pero tampoco era una mujer, alguien me contó que hacía poco había cumplido veinte años, recién había salido del colegio. Es decir que si no cuidaba sus atributos, se convertiría en una bola de cebo. El caso es que ella fue la única figura no distorsionada por mi mala visión, ella fue la única mujer real que había visto desde el principio.