miércoles, 12 de octubre de 2011

Las huellas indelebles del Terrorismo de Estado

Mañana se habrán cumplido treinta años de la fecha fatídica en la que Romina llegó a este mundo. Lo terrible radica en lo pronto que nos dejó.

Durante los primeros años de su vida, los padres de Nina le contaron una versión acotada sobre este hecho que marcó a la familia desde sus comienzos. Hace escasos días ella pudo recomponer el rompecabezas completo y exorcizar los fantasmas que habitaban su mente.
A veces, mientras viajaba en colec
tivo o caminaba por la calle durante su niñez, buscaba obsesivamente con la mirada a aquella nena idéntica con la que serían como dos gotas de agua, se imaginaba jugando con ella, compartiendo las meriendas, andando en bibicleta. Nina tenía tanta imaginación que llegó a pensar que así como sucedía en la Historia Oficial, alguna otra mamá podría estar criando a su hermana, exactamente un año y seis días mayor que ella; estaba convencida de que alguien se la había robado y su sentido de justicia la llevaba a buscar más allá de los límites de la razón.
En su casa el recuerdo se había transformado en una leyenda que sus viejos contaban una y otra vez. La piel como nieve, los ojos azules, el pelo negro, conformaban una belleza de cuento de hadas que se había grabado en la cabeza del padre como un sueño dulce y a la vez terrible. De acuerdo con los médicos un problema neurológ
ico y congénito le impidió a la beba vivir más de seis horas, pero la madre estaba tan débil que jamás pudo verla. Exactamente allí se producía el gap que alentaba las esperanzas en Nina de que tal vez algún militar se hubiese apropiado de su par, alejándola durante años del lugar adonde pertenecía, no obstante, jamás resignaba la esperanza de verla por primera vez.
Todo era posible, aún desde muy pequeña Nina sabía que en el 81' el pueblo argentino continuaba oprimido y sojuzgado por lo milicos. A
muy temprana edad ya le habían inculcado tanto temor hacia los Falcon verdes y la palabra "política" que tenía la sensación de vivir en un país bajo un eterno estado de sitio, en el que la libertad de expresión no era más que una utopía.
La proyección de La Noche de los Lápices en la TV pública durante el 88' fue todo un acontecimiento y otro medio informativo por el cual los padres pudieron graficarle a la niña los crímenes y torturas que se llevaron a cabo durante los años de terror, esto avivaba encendidos debates que se extendían hasta altas horas de la madrugada, siempre en un clima de absoluto secreto. Durante muchas noches la pequeña familia se reunía después de la cena a charlar sobre estas cuestiones, siempre en voz muy baja, paranóicos de que los vecinos los escucharan y pudieran denunciarlos por subversivos, solo que esto había terminado con la ascención de Raúl Alfonsín, sin embargo, aún no se fiaban de la democracia. Así fue como en una ocasión, Nina se enteró de el día que sus padres se conocieron en el café La Paz, un primo de su viejo fue secuestrado por un grupo de tareas y jamás volvió a aparecer. Su madre era una atractiva y hippona estudiante de periodismo en el Círculo de la Prensa y en esa época frecuentaba los mismos lugares que Luis Alberto Spinetta, León Gieco y Alfredo Rosso (creador del Expreso Imaginario), eso la exponía a terminar igual que el primo desaparecido, sin embargo, la decisión de irse con ese flaco de pelo largo que recién había conocido la salvó de ser una más en la lista de los 30.000. La mismísima noche de aquella primera cita, un militar de alto rango que quería acostarse con ella, obnubilado por sus pantalones verde inglés que le marcaban el talle la estaba buscando para llevársela como castigo por sus desaires. Entonces, lo que representaba una suerte para la pareja por un lado, acarreaba una desgracia por otro porque apenas un par de años más tarde los dos enamorados se fueron a vivir juntos y debieron enfrentar el dolor de perder a su primer hija en las circunstancias más adversas.
Hace poco más de una semana, sentados en el comedor de la casa y sin buscar la conversación, el padre de Nina abrió una puerta o mejor dicho una herida que permaneció cerrada durante tres décadas. Ella intentó impedirlo, pero el hombre tomó aire y comenzó a relatar la historia con una energía en la voz que hacía imposible detenerlo: "Tu madre estaba muy débil, había perdido mucho peso y la iban a dejar internada durante tres días. A mí me dijeron que la nena había muerto y que tenía que encargarme. Yo era un pendejo, no sabía qué hacer,
entonces apareció el dueño de una funeraria, que me conocía porque yo había laburado para él con la ambulancia, te acordás que te conté sobre aquello?. Bueno, él habló con dos empleados y les dijo -trátenlo como si fuera mi hijo, y dénle lo que necesite, y por favor, no vayan a dejar solo a este muchacho bajo ninguna circunstancia-, me metió plata en el bolsillo y así me subí en un coche con ellos para llevar el cuerpo. Cuando llegamos a Ezpeleta se largó una tormenta tan fuerte que nadie quería entrar al cementerio, todo estaba cubierto de barro, pero no me importaba, yo quería hacerlo igual. Así que tomé el cajoncito y cargándolo en mis brazos busqué hasta llegar al lote, comencé a cavar con las manos, me hundí en el fango mientras me caía la lluvia encima". De repente el aspecto del padre comenzó a mutar, rejuvenecíó en un instante, o tal vez fuese aquél aire desvalido impreso en la mirada de un hombre asustado por su propia desdicha lo que llevó a Nina a tener esa visión. El capítulo estaba cerrado, los dos se quedaron inmóviles, mirándonse, invadidos por un silencio angustiante.

martes, 11 de octubre de 2011

De Constitución a Tokio


Catorce años después de la última vez que hablamos amistosamente me llevó al Bar Guadalajara, aquél que queda en la esquina más mugrienta de la ciudad. Me pidió que ordenara algo de tomar mientras me presentaba al gallego que regenteaba la tasca, estar con mi padre allí era el perfecto resultado de la ecuación entre hacer un viaje al pasado y estar protagonizando una película clase B en tiempo real. Nos mirábamos intermitentemente como dos extraños, un silencio espeso, casi tangible se adueñaba del momento, hasta que, para romper el iceberg que se erguía entre nosotros a mi padre se le ocurrió pedirle al pobre viejo que nos tomara una foto juntos. La situación se volvió cómica cuando el tipo se calzó unos lentes más gruesos sobre los que ya llevaba puestos para poder distinguirnos y tomar así la fotografía. Era de tarde y el lugar daba la impresión de que allí jamás salía el sol, o si lo hacía se escondía detrás de los edificios y dejaba a los tipos del bar sobreviviendo en un ambiente obscuro, artificial, taciturno, generando el clima más adverso para un fotógrafo improvisado.
Enfrente seguía existiendo el hotelucho que llegué a conocer hace ya veinte años, pude verlo desde la ventana, aquella pensión era imposible de olvidar, allí pasábamos las noches en camas marineras que apenas cabían en lo diminuto de la habitación. Aquél verano no pude hacer otra cosa que escuchar una y otra vez el último cassette de Xuxa que me habían regalado para Reyes. Pink Floyd, Queen y Alan Parsons habían quedado embalados en un guardamuebles esperando a que podamos mudarnos a un lugar más decente. Durante las tardes húmedas y calurosas me recuerdo mirando de a ratos el poster que venía con el cassette, la Reina de los Bajitos aparecía en él rubia, sensual, espléndida mientras mi mente infantil se preguntaba si alguna vez llegaría a ser tan bella o exitosa, soñaba con un destino diferente. Convengamos que mis fantasías pueriles eran algo desmedidas, lo sé, sin embargo estaba feliz de que el destino me hubiese llevado lejos de aquél submundo circunstancial y azaroso, de haber podido conquistar la independencia, saborear la libertad económica y espiritual tan precozmente. Llegué a Londres, Frankfurt, Madrid, conocí ambas costas de EEUU, pero papá seguía allí, nunca entendí porqué teniendo la posibilidad de hacer algo diferente con el resto de su vida no escapaba de esos lugares a los que seguía cotidianamente tan apegado, lo ví como un adicto que no puede abadonar su realidad.
Constitución es un mundillo sórdido de putas, travestis y chorros al que conozco bien, los que "laburan" allí son tipejos con maletines que se pasan las horas en cafés como el Guadalajara fumando sin parar dejando que el tiempo se escurra mientras intercambian fantasías acerca de cómo volverse millonarios. La mayoría de ellos está en el negocio de los relojes, Rolex, Bulova, Nike, tienen lo que les pidas, por eso papá siempre está ubicado en tiempo y espacio. El también lleva un maletín donde lleva las herramientas con las que arregla artefactos destartalados y artículos de procedencia dudosa en un local de compra y venta. Allí se pasa las tardes (jamás pudo levantarse antes de las once, ni llegar al trabajo antes de las doce) encerrado en una jaula antirrobo, sorbiendo café y aliviando las migrañas con Migral y Buscapina. A veces observarlo en su ambiente y recordar tiempos difíciles me llevan a pensar que no hay nada en el mundo que esté fuera de mi alcance, mi viejo sin saberlo me ha inmunizado contra la pobreza, la marginalidad y el temor habiéndome legado lo más importante que a su vez le enseñó su padre quien lo abandonó demasiado pronto: la firmeza para tomar decisiones y afrontar las consecuencias pase lo que pase.
En unos días parto a Tokio, hay veces como ésta en las que quisiera llevarlo conmigo para mostrarle que hay un mundo increíble que nace más allá de las fronteras de Constitución, pasar tiempo con él, contagiarle mi entusiasmo aventurero y hacernos un poco de sana compañía recuperando los años perdidos mientras compartimos un buen scotch. Por ahora solo se anima una vez por semana a venir hasta Montserrat y cenar conmigo, otra vez será, Japón....