Mañana se habrán cumplido treinta años de la fecha fatídica en la que Romina llegó a este mundo. Lo terrible radica en lo pronto que nos dejó.
Hace poco más de una semana, sentados en el comedor de la casa y sin buscar la conversación, el padre de Nina abrió una puerta o mejor dicho una herida que permaneció cerrada durante tres décadas. Ella intentó impedirlo, pero el hombre tomó aire y comenzó a relatar la historia con una energía en la voz que hacía imposible detenerlo: "Tu madre estaba muy débil, había perdido mucho peso y la iban a dejar internada durante tres días. A mí me dijeron que la nena había muerto y que tenía que encargarme. Yo era un pendejo, no sabía qué hacer, entonces apareció el dueño de una funeraria, que me conocía porque yo había laburado para él con la ambulancia, te acordás que te conté sobre aquello?. Bueno, él habló con dos empleados y les dijo -trátenlo como si fuera mi hijo, y dénle lo que necesite, y por favor, no vayan a dejar solo a este muchacho bajo ninguna circunstancia-, me metió plata en el bolsillo y así me subí en un coche con ellos para llevar el cuerpo. Cuando llegamos a Ezpeleta se largó una tormenta tan fuerte que nadie quería entrar al cementerio, todo estaba cubierto de barro, pero no me importaba, yo quería hacerlo igual. Así que tomé el cajoncito y cargándolo en mis brazos busqué hasta llegar al lote, comencé a cavar con las manos, me hundí en el fango mientras me caía la lluvia encima". De repente el aspecto del padre comenzó a mutar, rejuvenecíó en un instante, o tal vez fuese aquél aire desvalido impreso en la mirada de un hombre asustado por su propia desdicha lo que llevó a Nina a tener esa visión. El capítulo estaba cerrado, los dos se quedaron inmóviles, mirándonse, invadidos por un silencio angustiante.
Durante los primeros años de su vida, los padres de Nina le contaron una versión acotada sobre este hecho que marcó a la familia desde sus comienzos. Hace escasos días ella pudo recomponer el rompecabezas completo y exorcizar los fantasmas que habitaban su mente.
A veces, mientras viajaba en colectivo o caminaba por la calle durante su niñez, buscaba obsesivamente con la mirada a aquella nena idéntica con la que serían como dos gotas de agua, se imaginaba jugando con ella, compartiendo las meriendas, andando en bibicleta. Nina tenía tanta imaginación que llegó a pensar que así como sucedía en la Historia Oficial, alguna otra mamá podría estar criando a su hermana, exactamente un año y seis días mayor que ella; estaba convencida de que alguien se la había robado y su sentido de justicia la llevaba a buscar más allá de los límites de la razón.
En su casa el recuerdo se había transformado en una leyenda que sus viejos contaban una y otra vez. La piel como nieve, los ojos azules, el pelo negro, conformaban una belleza de cuento de hadas que se había grabado en la cabeza del padre como un sueño dulce y a la vez terrible. De acuerdo con los médicos un problema neurológico y congénito le impidió a la beba vivir más de seis horas, pero la madre estaba tan débil que jamás pudo verla. Exactamente allí se producía el gap que alentaba las esperanzas en Nina de que tal vez algún militar se hubiese apropiado de su par, alejándola durante años del lugar adonde pertenecía, no obstante, jamás resignaba la esperanza de verla por primera vez.
Todo era posible, aún desde muy pequeña Nina sabía que en el 81' el pueblo argentino continuaba oprimido y sojuzgado por lo milicos. A muy temprana edad ya le habían inculcado tanto temor hacia los Falcon verdes y la palabra "política" que tenía la sensación de vivir en un país bajo un eterno estado de sitio, en el que la libertad de expresión no era más que una utopía.
La proyección de La Noche de los Lápices en la TV pública durante el 88' fue todo un acontecimiento y otro medio informativo por el cual los padres pudieron graficarle a la niña los crímenes y torturas que se llevaron a cabo durante los años de terror, esto avivaba encendidos debates que se extendían hasta altas horas de la madrugada, siempre en un clima de absoluto secreto. Durante muchas noches la pequeña familia se reunía después de la cena a charlar sobre estas cuestiones, siempre en voz muy baja, paranóicos de que los vecinos los escucharan y pudieran denunciarlos por subversivos, solo que esto había terminado con la ascención de Raúl Alfonsín, sin embargo, aún no se fiaban de la democracia. Así fue como en una ocasión, Nina se enteró de el día que sus padres se conocieron en el café La Paz, un primo de su viejo fue secuestrado por un grupo de tareas y jamás volvió a aparecer. Su madre era una atractiva y hippona estudiante de periodismo en el Círculo de la Prensa y en esa época frecuentaba los mismos lugares que Luis Alberto Spinetta, León Gieco y Alfredo Rosso (creador del Expreso Imaginario), eso la exponía a terminar igual que el primo desaparecido, sin embargo, la decisión de irse con ese flaco de pelo largo que recién había conocido la salvó de ser una más en la lista de los 30.000. La mismísima noche de aquella primera cita, un militar de alto rango que quería acostarse con ella, obnubilado por sus pantalones verde inglés que le marcaban el talle la estaba buscando para llevársela como castigo por sus desaires. Entonces, lo que representaba una suerte para la pareja por un lado, acarreaba una desgracia por otro porque apenas un par de años más tarde los dos enamorados se fueron a vivir juntos y debieron enfrentar el dolor de perder a su primer hija en las circunstancias más adversas.A veces, mientras viajaba en colectivo o caminaba por la calle durante su niñez, buscaba obsesivamente con la mirada a aquella nena idéntica con la que serían como dos gotas de agua, se imaginaba jugando con ella, compartiendo las meriendas, andando en bibicleta. Nina tenía tanta imaginación que llegó a pensar que así como sucedía en la Historia Oficial, alguna otra mamá podría estar criando a su hermana, exactamente un año y seis días mayor que ella; estaba convencida de que alguien se la había robado y su sentido de justicia la llevaba a buscar más allá de los límites de la razón.
En su casa el recuerdo se había transformado en una leyenda que sus viejos contaban una y otra vez. La piel como nieve, los ojos azules, el pelo negro, conformaban una belleza de cuento de hadas que se había grabado en la cabeza del padre como un sueño dulce y a la vez terrible. De acuerdo con los médicos un problema neurológico y congénito le impidió a la beba vivir más de seis horas, pero la madre estaba tan débil que jamás pudo verla. Exactamente allí se producía el gap que alentaba las esperanzas en Nina de que tal vez algún militar se hubiese apropiado de su par, alejándola durante años del lugar adonde pertenecía, no obstante, jamás resignaba la esperanza de verla por primera vez.
Todo era posible, aún desde muy pequeña Nina sabía que en el 81' el pueblo argentino continuaba oprimido y sojuzgado por lo milicos. A muy temprana edad ya le habían inculcado tanto temor hacia los Falcon verdes y la palabra "política" que tenía la sensación de vivir en un país bajo un eterno estado de sitio, en el que la libertad de expresión no era más que una utopía.
Hace poco más de una semana, sentados en el comedor de la casa y sin buscar la conversación, el padre de Nina abrió una puerta o mejor dicho una herida que permaneció cerrada durante tres décadas. Ella intentó impedirlo, pero el hombre tomó aire y comenzó a relatar la historia con una energía en la voz que hacía imposible detenerlo: "Tu madre estaba muy débil, había perdido mucho peso y la iban a dejar internada durante tres días. A mí me dijeron que la nena había muerto y que tenía que encargarme. Yo era un pendejo, no sabía qué hacer, entonces apareció el dueño de una funeraria, que me conocía porque yo había laburado para él con la ambulancia, te acordás que te conté sobre aquello?. Bueno, él habló con dos empleados y les dijo -trátenlo como si fuera mi hijo, y dénle lo que necesite, y por favor, no vayan a dejar solo a este muchacho bajo ninguna circunstancia-, me metió plata en el bolsillo y así me subí en un coche con ellos para llevar el cuerpo. Cuando llegamos a Ezpeleta se largó una tormenta tan fuerte que nadie quería entrar al cementerio, todo estaba cubierto de barro, pero no me importaba, yo quería hacerlo igual. Así que tomé el cajoncito y cargándolo en mis brazos busqué hasta llegar al lote, comencé a cavar con las manos, me hundí en el fango mientras me caía la lluvia encima". De repente el aspecto del padre comenzó a mutar, rejuvenecíó en un instante, o tal vez fuese aquél aire desvalido impreso en la mirada de un hombre asustado por su propia desdicha lo que llevó a Nina a tener esa visión. El capítulo estaba cerrado, los dos se quedaron inmóviles, mirándonse, invadidos por un silencio angustiante.