lunes, 8 de agosto de 2011

Inconciencia colectiva

sEstuve viendo el documental de la BBC El Siglo del Yo: Máquinas de Felicidad y me ha servido para plantearme diversas maneras de seguir mi existencia como un ser aún más independiente de la nociva influencia publicitaria. Ya desde el primer el primer capítulo se puede observar cómo las tabacaleras se las ingeniaron para inculcarles a las mujeres el vicio de fumar, lo cual antes de 1920 estaba mal visto que se hiciera públicamente. El cigarrillo equivaldría a tener un pene, al poder masculino, saber esto me da ganas de no volver a tocar un cigarrillo en toda mi vida. Pero no debe malinterpretarse mi expresión como androginia sino como
aversión a estos influjos que demuestran que los humanos no somos más inteligentes que los canes:
1- He decidido no volver a comprar ropa en comercios convencionales.
2- Usar todo lo que tenga en mi casa hasta que ya no sea posible repararlo y necesite indefectiblemente reemplazar el objeto en cuestión.
3- Examinar la casa en busca de todo aquello que no es utilizado y regalarlo o desecharlo
.
4- Reafirmar mi postura de no mirar televisión e incentivar a los demás a practicarlo también. Dado que todo lo que nos dicen es con la intención de vender, decido no contribuir con la inmensa maquinaria del deseo.

5- Cuestionar más el origen de las cosas, sobre todo las publicidades dudosas encubiertas. Ej.: en Callao y Corrientes reparten folletos de un comercio que dice "Compre gratis". Al momento no hay novedades acerca de economías basadas en recursos (ie. sin dinero) que esten vigentes, por lo tanto esto no es más que otro tipo de engaño al consumidor.
Tal lo dijo Francis Bacon: "El conocimiento es poder" por lo tanto, quienes sabemos cuánto han sido explotados y condicionados nuestros cerebros desde edades tempranas por intereses corporativos que solo se interesan por el vil metal, debemos poner un freno al consumo programado. Tal vez sirva pensar en que todo lo que compramos contribuye al sufrimiento de otros, de aquellos niños explotados en países más despojados que el nuestro, que contribuye también a la desigualdad, yo no puedo (asumo que es mi postura personal) caminar por la calle con mi nuevo Android o aparatito de moda, sin mirar a la familia que duerme en un colchón a la intemperie, haciendo de cuenta que no sé que hay bebés y ancianos que mueren de frío bajo las autopistas de mi barrio. Tal vez haya muchas mentes anestesiadas que no lleguen a captar mi mensaje, el último párrafo habla de compasión.
Otro pensamiento que podría ayudar a replantearnos nuestra manera de consumir es cuestionarnos si acaso nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer, la respuesta seguramente es NO.
Hemos sido utilizados como conejillos de indias, han experimentado con nosotros desde la época del Topolín.
(Suspiros de indignación)
Pero esto es más profundo aún y con cada reflexión se pone peor. Deduzco que el márketing, la publicidad y las relaciones públicas han fragmentado al ser humano convirtiéndolo en un esclavo de su propio hedonismo. Cuanto más leo sobre espiritualidad me siento más lejos del mundo actual, y más ignorante de la esencia de mi ser, así me ha forjado la sociedad, así me he despertado con esta sensación contradictoria.