Hace una semana se me parte la cabeza de dolor, mi cuerpo no define si prefiere padecer de una gripe oficialmente declarada o de un desarreglo digestivo, se debate entre una sintomatología confusa, tan confusa como mis pensamientos. Hace más o menos el mismo tiempo coincidentemente que mis problemas emocionales se agravaron, una situación sentimental que pende de un hilo se balancea en un espacio sin tiempo. El padecer se prolonga y en este preciso instante me he quedado sola.
Después de un descanso necesario me han dado deseos de comer, me dejaron una nota sobre la mesa con algo de comida hecha pero con mucho amor que se descifra en la letra manuscrita de dos de mis seres más queridos. Pero no pude tolerarlo y la vomité.
Fumo un cigarro, escribo intentando librarme de los demonios que no me dejan ser aunque más no sea un poco más normal. Ni siquiera puedo definirme como un Lobo Estepario, porque éste disfrutaba de su soledad mientras que yo muchas veces (como hoy) la detesto y ansío desesperadamente pedir auxilio. He llorado un poco intentando aliviarme, he conversado con distintas personas sobre temas triviales sin atreverme a gritar: Ayudame!
Lo más incomprensible es que ayer fue un día de liberación, llegué a mi casa casi a la medianoche, saturada de tanta actividad pero feliz. Me habían pasado un millón de cosas buenas y había comenzado con algunos proyectos postergados hace tiempo. Ayer había decidido retomar el bienestar físico, volver a dedicarme a la danza, me había comprado también cinco libros escritos en alemán, entre ellos una tan deseada biografía de Mozart que llegó a mis manos por una afortunada casualidad celestial. Todo estaba bien y hasta tuve tiempo de cenar con mi familia, ponerme al día con mi madre, abrazar a mi hijo. Y entonces vuelve la desazón y mi espíritu parece derrumbarse como un castillo de naipes.
Fumo un cigarro, escribo intentando librarme de los demonios que no me dejan ser aunque más no sea un poco más normal. Ni siquiera puedo definirme como un Lobo Estepario, porque éste disfrutaba de su soledad mientras que yo muchas veces (como hoy) la detesto y ansío desesperadamente pedir auxilio. He llorado un poco intentando aliviarme, he conversado con distintas personas sobre temas triviales sin atreverme a gritar: Ayudame!
Lo más incomprensible es que ayer fue un día de liberación, llegué a mi casa casi a la medianoche, saturada de tanta actividad pero feliz. Me habían pasado un millón de cosas buenas y había comenzado con algunos proyectos postergados hace tiempo. Ayer había decidido retomar el bienestar físico, volver a dedicarme a la danza, me había comprado también cinco libros escritos en alemán, entre ellos una tan deseada biografía de Mozart que llegó a mis manos por una afortunada casualidad celestial. Todo estaba bien y hasta tuve tiempo de cenar con mi familia, ponerme al día con mi madre, abrazar a mi hijo. Y entonces vuelve la desazón y mi espíritu parece derrumbarse como un castillo de naipes.