jueves, 16 de agosto de 2012

La Peste



Me estaba quedando dormida en la sala de embarque del Aeropuerto de Narita, estaba completamente agotada después de haber visto el último concierto de Joni Mitchell la noche anterior. El vuelo de Tokio a New York todavía no se había anunciado cuando escuché la primera tos, venía de un par de asientos hacia la izquierda, era sumamente desagradable oír las gotas de saliva golpeando contra el reluciente piso de mármol. El tipo era enorme y muy feo, me recordaba a Charlie Marno, el protagonista de uno de los Cuentos de la Cripta. Me preguntaba quién podría soportar estar con ese hombre, tenía el rostro cubierto por diminutas venas violetas, los poros abiertos como platos y la piel enrojecida, era un verdadero asco. Lo peor es que tosía cada vez más fuerte haciendo un estruendo que estremecía a las ancianas japonesas sentadas entre el tipo y yo. Después de tomarle una primer radiografía mental volví a cabecear, pero en seguida me despertó el ruido de la flema en la garganta, el gargajeo, la explosión de nariz y boca y la saliva cayendo violentamente al piso. Una mujer muy elegante, vestida con un traje estilo marinero color rojo y zapatos náuticos al tono se acercó al hombre y le secó la boca con un pañuelo blanco, parecía ser su esposa. Muy tiernamente lo agarró del brazo y se lo llevó a caminar, así iban desde el freeshop hasta los asientos de la sala de espera mientras él tosía intermitentemente durante todo el camino. Cuando regresaron ella le siguió hablando, sin embargo él no le respondía ni la miraba jamás a los ojos, tampoco hacía esfuerzo alguno por dejar de toser o taparse la boca.

Había tanto silencio en aquel hall que casi se podía percibir el sonido de cada gota de esputo en las baldosas. Tal vez fuese porque los japoneses son personas parsimoniosas, tal vez porque el vuelo salía a las dos de la madrugada, pero el tiempo parecía congelado y la paranoia nipona de portar siempre esos barbijos blancos con los que se cubrían en casos de peste me daban escalofríos. Me sentía dentro de una película de horror de las buenas, de esas en las que hay asiáticas que saben torturar con agujas o fantasmas pálidos con largas cabelleras negras que te quitan el sueño durante una semana. Las viejitas a mi lado fueron las primeras en calzarse las máscaras, luego lo hicieron los ejecutivos que iban en primera clase. Como era un vuelo internacional iba plagado de rednecks de Wall Street y funcionarios del Fondo Monetario, había muchos desprotegidos ante la estrafalaria y tuberculosa tos del gordo Marno, como lo había apodado ya.

La tripulación comenzó a ingresar a la manga mientras un empleado regordete llamó por el altoparlante a los pasajeros que habían solicitado un previo ascenso a first. Los funcionarios hicieron cola y en unos minutos comenzaron a embarcar. Mi ticket era de los más baratos pero me puse de pie solo para alejarme del gordo que seguía tosiendo. La gente de la cabina principal se había amontonado como ganado esperando subirse al avión. Parecía que todos estaban urgidos por dejar Tokio atrás, como si se tratara de una catástrofe mundial. A mi lado una mujer se acercó cargando un cochecito de bebé doble con gemelos en el interior y dos enormes bolsos de mano; le ofrecí ayuda y aproveché para embarcar antes que el resto, luego fui directo a mi asiento en la fila 13.

Dormí un rato mientras todos se acomodaban y ponían sus cosas en los compartimentos superiores cuando el comisario de abordo me despertó:

     -  Disculpe señora, pero el vuelo se encuentra sobrevendido, tenemos a una importante comitiva de ejecutivos del Fondo Monetario a la que no le importa viajar en clase económica pero que necesita viajar en éste vuelo. Le ofrecemos un cheque por 500 dólares y un boleto en primera en el vuelo de mañana. ¿Qué dice?-
      - Estaré encantada pero que sean 700.-
      - De acuerdo, no hay problema.-

Me bajé del Boeing junto a un par de mochileros australianos que se alejaron enseguida. A pesar del cansancio y por alguna extraña razón yo me quedé a observar el despegue como si Charlie Marno, su puntillosa esposa y los gemelos fuesen miembros de una familia transitoria y bizarra que mi mente había creado en aquél lugar remoto.
Al día siguiente desperté tarde, muy tarde, llamé a Aerolíneas Transair y les pedí que en vez de enviarme a New York lo hicieran a Paris. El beneficio me permitió beber champagne, vino, sake y oporto hasta quedar exhausta en la lujosa poltrona individual.
Una azafata delgada y pálida me despertó antes de llegar para darme el desayuno. Le pedí un café negro para superar la resaca, enderecé el asiento y me ajusté el cinturón. El aterrizaje fue suave, ésa era la particularidad que más amaba de los 777´s.
Los pasajeros aguardaron casi una hora a que abrieran puerta, la gente de la cabina principal ya había retirado sus maletas de mano de las gavetas sobre los asientos y se agolpaba en los pasillos esperando bajar. En primera clase los hombres de negocios miraban sus relojes y reconectaban sus laptops y Blackberries. Finalmente una azafata se disculpó por las demoras y emitió el siguiente anuncio:  

- Estimados pasajeros de Transair, les pedimos disculpas por los inconvenientes ocasionados y les comunicamos que la demora se debe a una emergencia sanitaria recientemente decretada para todos los vuelos provenientes de Japón. Les rogamos tengan a bien aguardar en sus asientos, en breve se procederá a la apertura de puertas para el desembarco por la puerta G3 del Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle.-

Tres horas después y con los motores apagados, el avión se había transformado en una lata pestilente. Los tripulantes seguían intentando sonreír y ofreciéndonos bocadillos con gaseosas calientes. Los ejecutivos japoneses estaban indignados, los franceses sarkocistas aún más. De pronto en medio del bullicio, otro anuncio:

      -  Estimados pasajeros de Transair, nuevamente les pedimos disculpas por los inconvenientes ocasionados. A pesar del esfuerzo realizado por la tripulación en pedirle a las autoridades francesas el ingreso a la terminal, el mismo ha sido denegado. Es decir que por exclusiva disposición del gobierno de Francia y en contrario a las reglas de aeronavegación, ésta aeronave deberá cargar combustible y retornar al aeropuerto de origen.- 

      El mensaje fue leído en japonés, inglés y francés al principio hubo un silencio sorpresivo, como de reflexión colectiva, luego los pasajeros comenzaron a sublevarse y a gritar. No hubo nada por hacer, las azafatas permanecieron firmes en sus posiciones intentando hacer entrar en razón a la gente, asegurándose de que todos tuviésemos los cinturones abrochados y los respaldos derechos antes del despegue. Las provisiones escaseaban porque a causa del inconveniente sanitario ni siquiera se le permitió al personal de abordo recargar los carritos de catering ni de bebidas para no tener que abrir las puertas en lo absoluto. 

      Así llegamos a Francia y así nos fuimos. Después de un vuelo pestilente en el que la gente no tuvo el decoro de dejarse los zapatos puestos, privilegiando el confort individual al bienestar común, llegamos nuevamente a Tokio.

    Cuando al fin pudimos salir de la aeronave y como si ya no hubiesen tenido suficiente, la mayoría de los pasajeros comenzó a formar fila para reclamar por el mal servicio mientras los empleados les explicaban que no habría compensaciones porque la cancelación había sido ajena a la empresa. Sentí tanta vergüenza que me calcé mis lentes oscuros y me alejé lo más pronto que pude. Después retiré mi equipaje, compré la edición del día de El País para saber qué estaba pasando y me subí al shuttle que me llevaba al hotel. Me quedé dormida en cuanto toqué el asiento (como suele sucederme). El chofer me despertó al llegar mascullando algo en japonés, creo que habló solo durante todo el trayecto. 

     Abrí los ojos al llegar y pude verlo, había cuatro ambulancias paradas frente al Marriott, gente tosiendo y con las manos manchadas de rojo entraba en ellas. Casi todos usaban barbijo, había letreros que nos obligaban a hacerlo bajo apercibimiento de no cumplir con la orden, ¡eso era lo que intentaba decir el chofer!

     Hice el check in y subí a mi cuarto pero no dejé que ningún bellboy me acompañara, necesitaba estar sola y poner literalmente los pies en el suelo. Todavía estoy aquí. Lo único que pude hacer fue tomar El País y ver en la tapa la foto del primer avión de Transair que estuve a punto de tomar, en la página 7 otra foto muestra algunos de los pasajeros, en ella se ve a Charlie Marno y a su esposa casi desfigurados y manchados de sangre. Pensé en los gemelos. En la nota dice que casi todos ellos murieron, que fueron los primeros en llevar el virus de Asia a Estados Unidos pero no los únicos, el mismo día llegaron otros 50 vuelos que desembarcaron en las principales ciudades de ese país. El artículo también dice que si no encuentran una forma de erradicar la peste, la primera potencia mundial desaparecerá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusto mucho y tenias razon, los mataste a todos, nunca perdi el hilo de la historia y me gustaron mucho los personajes.